Gracias Aydé!
Cuando uno piensa que ya ha conocido a todos los amigos que tenía que conocer y comido todas las variedades de paella posibles, va una amiga y monta una fiesta donde el más descuidado de los detalles, fue espléndido.
Exquisito entorno, deliciosa comida, impresionante generosidad. Espléndida tu, Aydé.
La mejor de la compañías, entablando conversaciones con gente que en ese espacio de tiempo, se convierten en tus mejores amigos por ser amigos de tu gran amiga. Donde a todos nos acompaña la sensación de confianza incubada tiempo atrás.
Piñatas y baile para todos los públicos.
Y con turno para cada uno de los asistentes. Uno quiere decir: no gracias. Yo nunca le he pegado a una piñata. Pero te ofrecen la varita mágica y te colocan en el centro de la pista, a dar palos de ciego a una estrella de cartón de colorines que se resiste a abrir su corazón para mostrarte sus secretos. Y ahí estás tú, alzada en tus tacones, haciendo piruetas en el aire sin tocar la bendita piñata gracias a que los coordinadores de la polea se encargaban de retarte en cada intento.
Pero el sentido del ridículo brilla por su ausencia gracias a la alegría colectiva que irradiaba el momento.
Días memorables. Para los amantes del agua, un paraíso acuático.
Para los más terrenales, una plataforma ideal para conectar con otros “champiñones”, como yo.
Desconectar para reconectar. Tu fiesta, todo un regalo.
Gracias, Aydé!
Un abrazo de color azul,
Luisa
Tu con más amigos ? Que extraño, si no es una de las miles fortalezas que tienes. Eres lo más maravilloso que le puede pasar a un ser humano, encontrate.
Te adoro mi Lulisflower
Sonrío satisfecho al verte escribir que siempre encuentras nuevos amigos y recuerdo. Es verdad que a veces la vida se encabrita y pierdes todo control sobre tu destino. Tocamos el cielo y a la mañana siguiente podemos encontrarnos en el más profundo de los abismos por circunstancias adversas que creemos no merecer pero tampoco supimos evitar. Recuerdo aquellos momentos tan, tan, tan difíciles para mí, en los que apareciste tú, mi vecinita de la infancia, aquella nena que vivía cuatro casas más abajo y que de repente de convertiste en un ángel portador de luz y de toda la energía que yo necesitaba. Tu sonrisa perenne, tu alegría espontanea, «yo siempre tan feliciana», decías de ti misma, y es verdad, porque desbordabas tanta felicidad que resultabas contagiosa, hasta para el más triste de los seres, como era yo en ese momento. Han pasado más de 15 años. Fuiste con tu luz a iluminar otros continentes, creaste tu propio nido y como mariposa que te sientes, volaste de flor en flor iluminando con tus colores nuevos rostros y paisajes a tu paso. En una ocasión mi tio Fernando, refieriéndose a ti, me dijo, «ella no lo sabe, pero es un ángel, ni se imagina todo lo que cambia a su paso». Tenía razón, estoy seguro, porque nunca supe como sabías aparecer en el momento más oportuno y desparecer en el más adecuado. Por eso ahora, cuando leo que la vida sigue sorprendiéndote con nuevos amigos (y nuevas paellas) me siento lleno de felicidad al saber que sigues siendo una fuente de alegría para el mundo, y le doy gracias a la vida por regalarme ángeles como tú en el momento en que más los he necesitado, y por hacerlos volar lejos, para continuar su función angelical, evitando peligrosos apegos que nada bueno podrían traer. Gracias por haber estado ahí en el momento preciso, y por seguir ahí, iluminando nuevos rostros y caminos, porque aunque estés muy lejos siempre te llevo dentro de mí. Eternamente, gracias.