Y así empezó todo…

Érase una vez una niña feliciana que creía que todo el mundo era bueno y que todos debíamos aportar nuestro grano de arena para convertir este planeta en un lugar mejor.

De pequeña, soñaba con ir de misionera a África, y conforme se fue haciendo mayor, comprendió que no hacía falta desplazarse a km de distancia para hacer el bien. Que era una decisión personal. Está en uno. En nuestra actitud. Entendiendo que, en ocasiones, es más difícil saludar a nuestro vecino, que no es muy simpático, que hacer una donación monetaria.

La vida la llevó a vivir a una bonita ciudad de EEUU, donde tuvo la gran suerte de conocer a todo un mundo de mujeres latinas que estaban en una circunstancia de vida mas o menos similar. El denominador común, y hablo en presente: todas hablamos español y en una mayoría de los casos, hemos seguido la carrera profesional de nuestra pareja. Ese mari-villoso grupo de mujeres tiene nombre y apellidos: Las Maris de Charlotte. Juntas, nos hemos apoyado, colaborado, hemos compartido momentos sociales, abrazado, reído, llorado, organizado todo tipo de eventos y celebraciones. Leído y tertuliado, solicitado recomendaciones de jardineros, pediatras, limpiadores de moquetas o cualquier otro especialista. Tú haz la consulta y seguro que alguna Mari, varias en la mayoría de los casos, tienen la respuesta «milagro».

Cuando eres parte de una empresa de alta gama, como Las Maris, una multinacional (literalmente) que humanitariamente tiene una elevada cotización en la bolsa de la vida, tu existencia se convierte en un caudal de inspiración. Porque cada vez que nos juntamos, sembramos paraísos terrenales. Mujeres patrióticas con pasaporte multicultural.

Una vez formas parte de semejante tribu, uno se plantea: ¿porque no extrapolar esta experiencia el planeta entero? ¿Podríamos conectar a todas las mujeres del globo que «hablen el mismo idioma»?. La niña feliciana, convertida en mujer pluridécadas, pensó que sí. Nuestra gran aliada, la tecnología. No nos podremos tocar, pero nos podremos sentir. Así nació constelación de mujeres.

Y aunque no sea de buena condición poner condiciones, cada vez que invites a una gran mujer, o un gran hombre, a esta constelación, mírale a los ojos, escanea su alma, y asegúrate de que «hable nuestro idioma». La lengua que hablan las personas de bien que creen en un mundo de bondad. No es un mensaje con gancho comercial. Puede que suene cursi, pero hemos de unir los grandes valores humanos personificados en gente como tú.

Un humilde brindis por los ateos de la corrupción.

Y un abrazo a medida con las iniciales de tu nombre,

Luisa

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